LEYENDAS Y TRADICIONES

CERVERA DEL MAESTRE

LEYENDA DE LA FARAM


La Leyenda de la Faram gira en torno a un monstruoso y espantoso dragón que residía en una de las cuevas situadas estratégicamente junto a la puerta del castillo y que tenía espantados a todos los vecinos del lugar porque robaba sus rebaños, arrasaba cosechas con su aliento incendiario y secaba los pozos cada vez que tenia sed. El problema, sin embargo, residía en que la bestia en cuestión era inmortal, dado que ni el mas abrasador de los fuegos ni la espada o lanza mejor templadas podían acabar con su vida. Únicamente moriría si comía un tipo de flores silvestres que sólo crecían en los alrededores de la cueva donde residía la Faram. Entonces una bella joven de la zona, disfrazada de pastora, dio con la solución. Dirigió su rebaño hacia los accesos del castillo hasta que se encontró con la Faram. El monstruo quedó maravillado de la belleza de la niña y, ésta, con astucia y persuasión, se fue ganando la confianza del animal. Tanto que, al cabo de poco tiempo, logró la pastora hacerse con un ramillete de las citadas flores silvestres, se las hizo comer a la mejor de sus ovejas y, acto seguido, fingiendo que quería corresponder al monstruo, se la regaló. La Faram, complacida, devoró rápidamente a la oveja sin sospechar el engaño y, al día siguiente, murió entre grandes dolores y fuertes alaridos. ¡Tan grandes y fuertes fueron que se oyeron por toda la comarca! Todavía hoy, en las noches más destempladas de invierno, pueden oirse los alaridos de la Faram. Los científicos le llaman simple viento…, pero los más viejos del lugar saben que se trata de los últimos quejidos de la Faram. La explicación no es otra que el ruido producido por el aire cuando éste, en días de fuerte ventisca, penetra y resopla después por entre las diversas cavidades y grietas que se encuentran en la zona sur del castillo. El dragón, asimismo, también podría identificarse con el señor feudal del castillo, quien oprimía a sus vasallos al hacerles entregar como tributo parte importante de sus cosechas. Realidad o ficción, verdad o mentira, lo cierto es que nos hallamos ante una de las leyendas más identificadas e identificativas de nuestro Municipio.

EL CLOT DEL TRESOR


Puede también visitarse en el castillo el llamado “clot de la bossa” o “clot del tresor”, una especie de cavidad o pozo artificial picado en la propia roca situado frente a la muralla norte (cerca del torreón rectangular de época musulmana). Cuenta la tradición que a un vecino de Cervera que se hallaba de trabajo temporal en Francia, le dijo una adivina que debía regresar a su municipio para recuperar un fantástico tesoro de época musulmana escondido bajo las rocas de la fortaleza. A éste se le unió en Cervera otro paisano a quien le habían relatado lo propio en Barcelona y, en consecuencia, se dio ya por seguro en la localidad la existencia del referido tesoro. Varios fueron los peones que comenzaron a picar manualmente la roca, relevándose día y noche, pero el esperado hallazgo nunca aparecía. Cansados ya de excavar, y ante la cosecha que se estaba perdiendo, optaron, aconsejados por el sacristán, por volver a sus labores agrícolas olvidándose de riquezas y tesoros. Sin embargo, aseguran que una sola persona sacó provecho del tesoro: el referido sacristán, que embaucó a otro vecino relatándole los pormenores del caso, vendió la parte que le tocaba y ya nunca más se supo de él. Lo cierto es que el tesoro en cuestión nunca fue hallado y, por tanto, allí debe permanecer abandonado para ilusión de algunos…

LAS HUELLAS DE LAS CABALLERÍAS DE «SANT JAUME»


También pueden observarse, en la parte exterior de la base de la muralla norte (cerca del torreón cuadrangular), dos pequeños orificios excavados de forma natural en la roca que, según la tradición, corresponden a las huellas del caballo de Santiago (Sant Jaume) y del pequeño mulo que les acompañaba. Sucedieron los hechos en pleno período de reconquista, cuando los cristianos hostigaban el castillo para arrebatárselo a los musulmanes. Ante la imposibilidad de conquistarlo, por lo bien guarnecidos que se hallaban sus accesos, se les apareció a los primeros la figura del santo que, desde la montaña situada frente al castillo (el colomer), dio un portentoso salto que le permitió situarse en la misma fortaleza, abriendo así el paso a los caballeros cristianos. Tan espectacular fue la acrobacia ejecutada y de tanto empuje los esfuerzos realizados por las caballerías del santo, que todavía hoy pueden apreciarse en la propia roca las huellas dejadas por éstas en el momento del aterrizaje.

LOS MISTERIOSOS TÚNELES SUBTERRÁNEOS


No resultaría nada extraño, aunque lo desconocemos, que el subsuelo del castillo de Cervera albergase túneles para comunicar a sus defensores con el exterior, dado que era algo común en cualquier fortaleza militar la excavación de galerías subterráneas a manera de vías de comunicación con su entorno inmediato. El propio novelista Benito Pérez Galdós, en su conocida obra La campaña del Maestrazgo (Episodios Nacionales, año 1899) relata, a través de un diálogo entre sus aventureros protagonistas, lo siguiente:

“Me señaló Nelet uno de los conductos que desde allí partían, abiertos en la roca. Por él me metí (…) y me encontré en el castillo de Cervera del Maestre (…). Para querido Nelet, para, y reconoce que todo es un desatinado sueño (…). Tomó la palabra Don Beltrán para intentar quitarle de la cabeza la pueril creencia de los caminos subterráneos, obra de la edad feudal (…), asegurando que si había pasadizos bajo tierra eran cortos y sólo servían para unir los castillos con algún reducto cercano”.

De hecho, hace ya bastantes años se halló en los bajos de una vivienda de la C/ Parras, situada en la falda geológica del castillo, el final de una conducción artificial de piedra y mampostería que, aunque parcialmente derruida, parecía corresponder a la salida de uno de esos túneles. Por otra parte, la tradición popular, unido a fuentes orales de reconocida solvencia, así parecen indicarlo. En consecuencia, deberán ser las excavaciones arqueológicas las que determinen la posible existencia de estas cavidades artificiales, sobre todo en una zona que, como la del castillo, experimentó a partir del siglo XVIII un proceso de relleno a partir del acarreo de tierras y escombros para convertir la superficie en área de labranza. Todavía en el año 1957 un escritor natural del municipio relataba que la fortaleza “no mantiene más que unos pocos muros que sirven de contención a la tierra acarreada que, mezclada con el mortero de sus paredes, sirve para cultivar unas legumbres con las que el párroco y demás feligreses se ayudan en su modesto pasar”. Recientemente, en las excavaciones llevadas a cabo en 2005, pudo comprobarse lo anterior, dado que al retirar apenas un metro de tierra se hallaron toda una serie de estancias huecas que se correspondían con un antiguo aljibe y demás habitáculos para sus moradores.